Nadie tiene que molestarse si el Papa, en una visita pastoral, le dice a sus fieles, dentro del templo, que está muy feo hacer cochinitas fuera del matrimonio, que el condón es obra del Maligno, que a los homosexuales hay que encerrarlos por pervertidos; que la mujer tiene que estar condenada a la cocina o cuidando enfermos y cosas así. Al fin y al cabo, las religiones están para eso y a los que se salen del redil hay que recordarles, de vez en cuando, que no todo el monte es orégano. Ahora bien, lo que ninguna cabeza normal puede entender es que los que no somos rebaño ni perros cuidadores de ese redil, tengamos que pagar al pastor que viene a cumplir con su misión (que no es la nuestra) y encima se permita el lujo insultarnos.
Decir que hay en España un laicismo agresivo igual que en los años 30, es insultar a todos los españoles con el consentimiento de un gobierno que, en materia religiosa, está también dominado por la extrema derecha que es la que nos dicta las normas espirituales.
Yo, por mi edad, creo que no voy a vivir nunca en un país libre; pero me gustaría que los jóvenes se dieran cuenta de que ser democrático no es sólo votar cada cuatro años; sino despojarse de todo aquello que signifique atadura. Nadie tiene derecho a imponer nada; luego el Gobierno no nos puede hacer cargar con ninguna religión que no queramos. Esta imagen no debe estar, todavía, vigente.