A lo mejor todos nos hemos tropezado alguna vez con ese tipo listo que no paraba de criticar al teléfono móvil y a sus usuarios. Pero que un buen día, en el bar, a preguntado: “Oye, ¿alguien tiene un móvil? Yo es que odio esos cacharros, pero tengo que llamar un taxi” Si alguien se lo ofreció, él, rápidamente, diría: “¡No, no, llama tú: yo eso no lo entiendo”. El compañero, por ayudarle, le diría cómo se hace, y a qué botón le tendría que dar. Y al terminar el prenda de llamar, diría en voz alta: ¡Oye, cómo se apaga la mierda ésta; cago en los muertos…! Es decir, después de aprovecharse de sus beneficios, seguiría criticándolo y menospreciando a quien tuviera uno.
Pues exactamente igual, nos pasa a los españoles con los sindicatos: nos aprovechamos de sus conquistas, y seguimos criticándolos y diciendo, desde fuera, que no sirven para nada. Ojalá que volviéramos al sindicato vertical de Franco.