Hecho para Los hijos del lama
En un hospital de lujo
reponiéndose de un daño.
Allí el viejo dictador
espera apaciblemente
celebrar su cumpleaños.
Después de su gran batalla
llegó a los ochenta y tres
y en su pecho las medalla
nos muestran bien lo que es:
un valiente sanguinario
de la cabeza a los pies.
Sabe que con él la vida
ha sido muy generosa
y a su dios le da las gracias
por tantas y tantas cosas
que hicieran que su vejez
él la viera color de rosa.
Pero la tarta se le atragantó:
bendito el juez que lo acusó.
Lloró, el Viejo lloró
y hasta se atrevió a pedir clemencia;
aquél que a su pueblo masacró
hoy espera que el perdón
limpie su conciencia.
Aquél que nunca tembló
cuando ejecutó
miles de sentencias
tiembla ante la injusticia
y oculta su malicia
esperando del mundo un poco de humanidad.
Ojalá no te mueras: vive mil años más
siempre con la imagen
de todos aquéllos que hiciste matar.