Ya he contado varias veces que soy aficionado a los toros. En los años setenta, con la fiebre “animalista” que nos entró a los jóvenes, dejaron de gustarme las corridas, pero, al final, volví a mis principios.
Pero también he dicho muchas veces que no discuto esa cuestión porque no encuentro razones para defender un espectáculo en el que sufre un animal. Sólo digo que me guía la costumbre de haber nacido en una tierra educada en ese tipo espectáculos; y que si eso mismo se lo hicieran a un perro, me indignaría.
A partir de ahí, lo único que pido es cordura, ecuanimidad y ausencia de hipocresía. Si vamos a fijarnos en lo que sufre un toro en su muerte ¿Por qué no nos fijamos en lo que sufren otros animales a lo largo de toda su vida? Muy sencillo: porque esos otros animales malviven para que nosotros nos aprovechemos de su mala vida. Por eso miramos para otro lado y no queremos enterarnos de cómo vive una oca (la que nos proporciona el foie) o una gallina ponedora, por poner sólo dos ejemplos.
Me da igual si los políticos catalanes prohíben o no las corridas de toros, pero que digan por qué lo hacen; porque si es por protección, que extiendan la protección a otros espectáculos o costumbres festivas en las que también hay sufrimiento.
Aunque en el lado contrario a los políticos, creo que hay muchos como yo; que no saben explicar por qué hay que defender las corridas y dicen cosas de Perogrullo; como que los políticos no deben prohibir. Y yo digo que según qué cosas: matar está prohibido; y habrá muy poquita gente que no esté de acuerdo con esa prohibición. Cuando hay que prohibir, se prohíbe y punto.