Me comentaba un amigo que había
estado en Londres, lo distinta que es la gente de allí en comparación con los
españoles. Que cómo cambia el comportamiento de la gente.
Yo creía que con el tiempo y la
democracia, los españoles íbamos a copiar las cosas buenas que tienen
los extranjeros. Porque una cosa es el carácter que tengamos y que no tenemos
por qué perder; pero otra es lo piratas que somos y lo que nos gusta engañar y
vivir del cuento.
Aquí respetamos las leyes por las
consecuencias personales que conlleva el no cumplirlas, no por el beneficio
colectivo que supone su cumplimiento; es decir: aquí no le decimos a nuestro hijo: “ponte el
casco, vaya que te caigas de la moto y te lastimes” sino “que la multa son 300
euros”.
Tememos la consecuencia del incumplimiento en cuanto a lo que nos puede
costar la multa. Si no aparcamos en un reservado para minusválidos es por temor
a la grúa, no porque consideremos que los minusválidos tengan ese derecho.
El otro día, en la pescadería,
una señora decía que tenía prisa porque había aparcado frente al mercado; y al decirle el
pescadero que estaba prohibido y que la iban a multar, ella contestó que su
hijo le quitaría la multa. Nadie se indignó ni hizo algún comentario de
molestia; al contrario, hubo quién dijo: “Qué suerte tener un hijo guardia”.
Esas son dos pequeñas muestras de
nuestro comportamiento, pero hay millones de pruebas que evidencian que somos
unos piratas; y los de Cádiz, los peores. Porque, encima, los sinvergüenzas de
aquí quieren pasar por graciosos y con arte; y en Cádiz tenemos que tener
cuidado de hasta con quién nos reímos; que seguro que intentará darnos coba.