Tanto a la pequeña, mediana y alta burguesía como a la aristocracia, les molesta mucho que los bienes, ya sean culturales como naturales, se democraticen y que todos podamos disfrutarlos. Aquí mucha religión, mucho golpe de pecho, muchas comilonas con los curas, pero nadie nunca ha reconocido que tenemos todos los mismos derechos; así que hay quienes sostienen (aunque disfrazado de broma e ironía) que la civilización va al traste porque a la gente le guste disfrutar de un día de playa y llevarse una tortillita.
Cuando eso te lo dice un millonario que tiene oportunidades mil de refrescarse y hacer llevaderas las calores del verano, todavía tiene un pase; pero que te lo diga el que tiene que levantarse a las seis de la mañana a defender un sueldo y lo máximo que se puede permitir es un mes de vacaciones aguantando a la parienta, es de juzgado de guardia por no decir que es para escupirle a la cara.
A esa gente siempre le molestó la democratización de la playa; la tenían para ellos; para sus carreras de caballo y lucirse en la terraza del balneario; ellas con sus pamelas y sus polisones y bañadas en perfumes para que se pudiera resistir el pestazo a vagina «revenía» y dos veces pasada de fecha y ellos rodeados de una asquerosa mezcla que formaba el olor del puro con el de los alerones; porque los machos no se echaban colonia pues tenían que «oler a hombres».
Creo que esa gente ha tenido más enfermedades que nosotros siempre, por la cantidad de ropa que usaba incluso en los agostos de aquí. Pero tenía que lucirse de esa guisa incluso en la playa. Y, carajotes a más no poder, no nos perdonarán nunca que nosotros, los de abajo, tomáramos la playa al asalto para lo que es: echar el diíta y bañarse. Como tampoco perdonan a las autoridades por no fusilarnos a todos por hacer eso. Pobres ellos y los tiesos que piensan como ellos.