Tengo una amiga que un día me dijo: “Po yo soy
ama de casa y mantenida; y soy de feliz…”. Y yo pensé que qué buena frase para
que se la rotulara en una camiseta y se fuera al mercado a hacer la compra con
ella puesta.
Hoy no es políticamente correcto
decir eso, porque en seguida salen progresistas y progresistos a recordarnos la
lucha por la liberación y patatín patatán. Y no lo entiendo, porque a pesar de
que es legítimo, natural y obligatorio que una mujer desee aprender una
profesión y vivir de ella para no tenerse que sentir dependiente de otra
persona, nunca creí que el progreso se basaría en que para vivir una familia fuera
imprescindible unir dos salarios. Por ahí, tenemos que reconocer que el
capitalismo nos ha dado coba; pero un “cobaso” gordo. Porque si una chavala (o
chaval) deseara, a partir de que se casara, quedarse en casa a ejercer las
labores propias del hogar, lo primero que le diría su pareja sería que de eso
nada, monada, que en la casa iba a hacer falta el dinero de los dos; porque el
de uno es para la hipoteca para toda la vida por una mierda de piso y el del
otro para medio comer. De modo que, no
sólo estamos condenados, por culpa de la hipoteca, a soportar en el trabajo
todas las vejaciones imaginables y algunas más, sino que, encima, hemos perdido la libertad de elegir ser ama (o
amo) de casa; una profesión, por otro lado, no sólo dignísima, sino altamente
gratificante si se ejerce con raciocinio y no con fanatismo; porque, entre
otras cosas, si no estamos hablando de un matrimonio en el que alguien ejerce
la tiranía sobre el otro, quien se quede en casa no tiene jefe, horario rígido
ni otro reglamento que no sea el propio.
Y lo que es peor: el hecho
triste de que con un salario no se puede alimentar una familia, lo hemos
asumido como natural; y no hay sindicato que se plantee una lucha para
reivindicar lo que se ha perdido, porque las mujeres de los sindicatos y los
partidos políticos, acusarían de machistas a quienes intentaran plantear una
lucha en la que estaría presente el derecho a ser ama de casa. Ese término está
proscrito en el lenguaje feminista.
Sin embargo muy poca gente,
incluyendo a sindicalistas y políticos, tiene escrúpulos a la hora de
contratar, a cambio de limosna y sin seguridad social, a chavalas para limpiar
y cuidar niños. Niñeras y criadas de toda la vida, aunque ahora tuteen a la
“señorita”. Más triste aún: miles de abuelas que ya cumplieron con creces con
sus responsabilidades de esposas y madres y, ahora, cuando la vida les puede
regalar unos añitos de tranquilidad merecida, sus hijas las cargan con niños
que ellas, gustosas, acogen; pero ya sin la agilidad de otros tiempos. Es curioso:
para no ser amas de casa, como lo fueron sus madres, las explotan cuando más
necesitan descanso.
Como un solo sueldo no llega, ser ama de casa ya no es tarea de uno, sino de dos. Pero si el hombre, por circunstancias, es el único que trabaja, encima se siente obligado a ayudar para no quedar de machista.
ResponderEliminar¿Ayudar a quien?
ResponderEliminarSi y no, tiene usted razón, si, pero con matices. Hoy en día hay matrimonios (de todo hay, no me lo niegue) que prefieren irse de vacaciones a Cancún, tener dos coches e ir a la peluquería todas las semanas, que el que uno se quede en casa. Así que comen el menú en el bar, con lo que se joden los estómagos, porque a la hora de comer, como en casa en ninguna parte, pero no, este es el camino que el Corte Ingles no ha marcado y así vamos.
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