La frontera entre el sinvergüenza y la persona adorable, es la muerte.
En cuanto alguien se muere, tenemos la costumbre (como hace la religión), de perdonarle todas sus faltas y en seguida colocarle en el Cielo.
A lo mejor es que no conocemos a nadie en su totalidad ni en todos los órdenes de la vida. Por eso, cuando alguien muere, deberíamos preguntarle a su familia cómo era el finado; así no caeríamos en el ridículo de hablar bien de alguien que no lo merezca; porque hay muchos “prendas” que son sociabilísimos y entrañables como amigos, y verdaderos verdugos como padres y esposos.
Espero que todo el mundo intuya de quién estoy hablando sin necesidad de nombrarlo. Y si tuviera que nombrarlo, lo nombraría: Yo no tengo pelos en la lengua.
Y siendo unos malos padres sus hijos lo velan en sus entierros.
ResponderEliminarpaco, me ha dejado patidifuso con esta entrada en el blog... no me podria imaginar en la vida que ese hombre fuese un verdugo como usted dice con su familia... no deja usted de sorprenderme. salud
ResponderEliminarPor favor paquito, nombralo, soy cortito de mente
ResponderEliminarEn este caso no, Antonio, sus hijos fueron a verlo cuando estaba malo y los echó de allí.
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